¿Qué le ha parecido el primero capítulo de "Bellas y ambiciosas"?

sábado, 11 de mayo de 2013

"Bellas y ambiciosas"

CAPÍTULO UNO

La vida de Raúl era aparentemente perfecta. Físicamente no destacaba especialmente, era alto, con un ligero sobrepeso y el pelo ya canoso, pero en lo personal llevaba una carrera llena de méritos. Fue a la universidad, se licenció en ciencias físicas, consiguió su tesis doctoral y por el momento se dedica profesionalmente a la docencia, en la misma universidad donde se proclamó doctor. Hace siete años se casó con su actual mujer, Rosa, tras cuatro años y medio de noviazgo. Ambos habían sobrepasado ya la barrera de los cuarenta y estaban planeando traer un hijo al mundo. Aparte, Raúl era muy querido en su entorno social, era muy apreciado por sus amigos y alumnos, los cuales le consideraban un profesor ejemplar. Todo parecía ser perfecto hasta que a su mujer le entró el síndrome que toda mujer casada padece cada cinco o seis años, el síndrome de las reformas. Ellos vivían en un chalet situado a las afueras de Madrid, no era muy lujoso pero era bastante aceptable para un profesor de física. Pero por lo visto para su mujer la cocina ya no le parecía tan glamurosa como cuando la conoció por primera vez, y creyó apropiado desembolsarse unos dineros para redefinir y mejorarla y ponerla en la cabeza de serie de las cocinas españolas, cosa que le causaría gran satisfacción, sobre todo cuando se lo contara a sus compañeras de trabajo y especialmente a sus amigas, todas casadas con grandes ejecutivos asalariados que les concedían todos los caprichos que ellas quisieran. Rosa se sentía menospreciada por sus amigas, sentía que tenía menos clase, y todos los días tenía que soportar la envidia que le causaba que cada dos por tres sus amigas se fueran de crucero, una escapada a un spa, viaje al Caribe, reformas por toda la casa, joyas con precios desorbitados, y un largo etcétera que podría ocupar más de la mitad de este relato, y no procede entrar en tal cantidad de detalles. Pero bueno, con la reforma de la cocina, Rosa tendría alguna oportunidad de competir en la carrera del consumismo que indirectamente mantenía con sus amigas. Tras varios meses proponiéndoselo, Raúl, como buen español, tras gastar la baza de hacerse el sueco, tuvo que acceder a sus demandas, ya que no está en nuestra naturaleza meternos en discusiones que puedan llevar horas o días, así que respondió con un simple pero suficiente "haz lo que te de la gana". Rosa, contenta, contrató al grupo de albañiles que hace un año le hicieron la reforma a su amiga Alicia, su vecina de enfrente. Aquél grupo constaba de tres trabajadores que habían emigrado de Rumanía, estaba Valentín, el jefe, que rozaba los cincuenta años, y dos jóvenes que pasaban de los veinte, Mario y Adrian. 

Enfrente de Raúl y Rosa vivían Fernando y Alicia. Fernando era un ingeniero aeroespacial con un alto cargo en una empresa del sector aeronáutico, y al igual que Raúl, tampoco destacaba físicamente. En cambio, su mujer, Alicia, poseía bastante atractivo, poseía una intensa melena rubia, ojos verdes, y un conjunto pechos-cadera-culo casi perfecto, que vuelven locos a la mayoría de los hombres. Se dedicaba a las tareas del hogar, y en sus amplios ratos libres se dedicaba a ir al gimnasio para mantenerse igual de cautivadora o quedaba con sus amigas para ir al centro comercial a quemar la mayor parte del sueldo de sus respectivos maridos comprando utensilios de escasa necesidad, podríamos atrevernos a decir que por el mero hecho de gastar, y la sensación de poder que conlleva. 

En la casa adyacente a la de Raúl vivían José, otro ingeniero aeroespacial compañero de Fernando, y su mujer Alejandra. Ambos tenían un hijo en común de nueve años, de nombre José también, y otro en camino, que, si todo iba bien, en tres meses estará entre nosotros.

El chalet que estaba al lado de la casa de Fernando y Alicia era propiedad del viejo Miguel Ángel, pero lo tenía alquilado a Gonzalo, un estudiante de tercer curso de arquitectura.

Y bueno, esas eran todas las casas y sus habitantes de la calle Jean Paul Sartre, y hasta ahora la vida había corrido tranquila y sin prisa por allí, llenando de felicidad a todas estas familias.














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